jueves, 17 de mayo de 2007

Cuando el fútbol es cruel

Si el fútbol levanta tantas pasiones y sentimientos no es por casualidad, sino porque es el deporte más hermoso del mundo.

La final de la UEFA 06-07 se presentaba como "nuestra gran final" (cortinilla de Antena3), la primera vez en la historia que la final de la UEFA la disputaban dos equipos españoles (si distinguimos la UEFA de la Copa de Ferias, por supuesto), pero pasará a la historia por el juego desplegado por ambos conjuntos y, sobre todo, por la lucha y el espíritu de supervivencia que ha demostrado el Espanyol en todo momento.

Partían los blanquiazules como la víctima propicia para que el Sevilla hiciera historia convirtiéndose en el primer bicampeón de la UEFA desde que lo lograra el Madrid allá por los 80, que si el Sevilla aún luchaba por tres títulos y los pericos estaban en mitad de la tabla, que si tal, que si cual... nadie hablaba de que el Espanyol llegó a esta final con una trayectoria inmaculada, sin tan siquiera una derrota en toda la competición, o que se le da bien jugar finales yendo de víctima (véase la última final de Copa del Rey, ante el Zaragoza); lo máximo que se recordaba era la fatídica noche de Leverkusen, allá por el año 1988.

Y precisamente con la intención de terminar de enterrar aquella trágica noche viajó el espanyolismo hasta Glasgow (salvo 400 que se han tenido que quedar en El Prat tras estafarles la compañía con la que contrataron el viaje), ciudad mágica para el fútbol europeo y español (sin ir más lejos, el Madrid conquistó dos Copas de Europa ahí). La ilusión de los 12.000 aficionados pericos era inconmensurable, su fe inquebrantable, y su amor a los colores blanquiazules, inmenso. En las gradas eran mayoría, y sus gritos de ánimo no dejaron de sonar en todo el partido, ni siquiera cuando las cosas se ponían feas.

Y eso que el Espanyol no ha ido por delante en el marcador ni un solo segundo de la final, pero lo ha merecido. Ha jugado mejor que el Sevilla, que se veía desbordado por un Riera inmenso, un De la Peña genial, un Moisés Hurtado omnipresente, un Jarque espléndido, un Gorka maravilloso... aún así se adelantó el Sevilla pronto, a los 18 minutos, tras una contra que se inventó Palop y que no desaprovechó Adriano.

Pero el Espanyol no había esperado 19 años para rendirse a las primeras de cambio. Riera empató 10 minutos después, y el partido se convirtió en un toma y daca espectacular, en el que el marcador no se movió no se sabe bien por qué. Tras la reanudación, el Espanyol se vistió de Sevilla y arrinconó a los andaluces, que eran incapaces de salir de su propio campo. De la Peña y Moisés eran los dueños de la medular; Riera, un puñal; y Tamudo y Luís García, un peligro constante. El propio Riera estuvo a punto de conseguir el gol de la noche tras una genial asistencia de De la Peña, que le dejó el balón perfecto tras un precioso toque a un balón que venía del cielo escocés, pero Palop, siempre Palop, le negó la gloria con una parada estratosférica, tocando lo justo la bola para que ésta acabara siendo repelida por el larguero.

Y cuando más dominaban los blanquiazules, y más cerca veía su afición que la espina de Leverkusen iba a quedar desterrada para siempre, llegó la jugada decisiva del partido: contra de libro del Sevilla, tuya-mía entre Navas y Kerzhakov, Moisés que hace una entrada infantil por detrás al ruso y Bussaca que no tiene más remedio que mostrarle la segunda amarilla. Ahí se acabó el juego de ataque del Espanyol.

Valverde se vio obligado a sustituir a Raúl Tamudo para introducir a Lacruz, pasando Zabaleta al pivote defensivo. El Espanyol se encomendó entonces al héroe de Lisboa, al gran Gorka Iraizoz, que volvió a erigirse en gigante con una parada a contrapié a Kanouté de las que hacen historia. El Espanyol era un muro ante el que se estrellaba una y otra vez el Sevilla, volcado sobre la meta de un equipo que achicaba balones como un coloso, y que incluso salía esporádicamente a la contra, guiados por los pases milimétricos de 'Lo Pelat'... hasta que se le acabó el combustible, y Valverde tuvo que dar entrada a Jónatas.

Se llegó al final de los 90 minutos con el 1-1 en el marcador, y el Espanyol roto físicamente, agotado por el esfuerzo de jugar con uno menos ante el vigente campeón, que continuó martilleando la muralla blanquiazul una y otra vez en la prórroga... hasta que la rompió, en el minuto 14 y 30 segundos de la primera mitad del tiempo extra, cuando más daño hace, cuando parece que es definitivo.

Pero este Espanyol está hecho de otra pasta, y no se iba a limitar a seguir defendiendo para no recibir más goles. Se lanzó al ataque como un herido que se ve sin ayuda de nadie y decide llegar al hospital aunque sea arrastrándose. Dejó desguarnecida la defensa, y el Sevilla lo aprovechó para tener ocasiones clarísimas, una tras otras... pero ahí estaba Gorka, que sacó una mano imposible a Alves. Y si no era Gorka, era el propio Sevilla el que perdonaba al Espanyol, quizá porque ya se veía campeón, quizá porque también le fallaban las fuerzas y su precisión ya no era la que debería ser... el caso es que, con un Sevilla que se permitía el lujo de intentar centros de rabona (ay Navas... qué falta de respeto tan grande) y un Espanyol que parecía no tener opción alguna... apareció Jónatas, que se sacó un derechazo desde la frontal en una jugada aislada que llevó el éxtasis a una afición que ya empezaba a derramar lágrimas de tristeza.

Era el premio al tesón, al sacrificio, a la lucha, a la entrega de unos jugadores y una afición que se merecían un premio mayor que una derrota por la mínima. Era el premio de jugárselo todo a los penaltys tras tener la derrota cara a cara, a escasos metros de distancia. Era el cielo momentáneo, mientras los sevillistas lloraban de impotencia, quizá acordándose de aquella final de la Eurocopa de 2000 que perdió Italia tras llegar al minuto 90 por delante en el marcador.

Llegaron los penaltys, con los espanyolistas con la moral por las nubes y los sevillistas noqueados... pero ahí estaba Palop, el hombre de Donetsk, el hombre de esta UEFA. Hasta tres penaltys detuvo, de los cuatro que le lanzaron, y el Sevilla revalidaba su título a costa de un Espanyol que volvía a caer en los penaltys, como aquella fatídica noche de Leverkusen.

La maldición sigue acompañando a los pericos, pero hoy han salido con la cabeza bien alta de Hampden Park, tras un partido en el que los dos equipos han erigido un precioso monumento a este maravilloso deporte llamado fútbol.

El pasillo que hicieron los jugadores del Sevilla a los del Espanyol cuando éstos iban a por sus medallas de subcampeón es el mejor homenaje que le podían brindar a un dignísimo finalista que, hoy más que nunca, se mereció ganar la Copa, por juego (hasta la expulsión de Moisés), por casta, por entrega, por espíritu de sacrificio y por esa historia que, 19 años después, sigue debiendo una UEFA al Espanyol.


Gracias Espanyol. Gracias Sevilla. Gracias fútbol.